Escribiendo en rojo
lunes, 1 de febrero de 2010
La vecina (III) El encuentro
Relato compartido por ambos vecinos
La nota temblaba en mi mano, pero no era frío lo que sentía. Tenía tu mirada lasciva clavada en el cerebro y mi cuerpo entero temblaba de deseo y expectación. Conteniendo los nervios que pese al deseo la situación me provocaba, crucé con paso firme y decidido la calle armada del bote de crema y las fresas que había comprado en el súper.
Quería dejar pocas cosas al azar o, por lo menos, pocas a tu improvisación. La iniciativa fue mía y debía mostrarme como un buen anfitrión haciéndote sentir cómoda para no sentirte en un sitio extraño. Decidí sembrar de velas el comedor y ambientarlo con algo de música sensual. No podía evitarlo. A cada detalle que añadía a la estancia mi vientre se tensaba un poco más. Nervios, agitación, deseo ...
Al pulsar el telefonillo del 5ºC la puerta se abrió sin siquiera una palabra. El viaje en el ascensor se me antojó eterno, aunque no lo suficiente para calmar los latidos agitados de mi corazón. La puerta estaba entreabierta, la música suave se colaba hasta el rellano invitándome a entrar a un ambiente cálido y acogedor iluminado exclusivamente por velas dispuestas por diferentes muebles de la estancia. Al frente, detrás de un enorme y confortable sofá, el ventanal desde el que se veía mi propia sala sin ninguna necesidad de esforzar la vista. Una oleada de calor subió por mi vientre al recordar ese día que te vi mirándome. Turbada por el recuerdo, giré la cabeza buscándote pero lo único que vi fue una mesa. Era prácticamente la hora de cenar y sin embargo la mesa permanecía libre, limpia de ornamentos, desnuda...
Parte de esa sensación desapareció al oír el zumbido del telefonillo. Una explosión atronadora partió los nervios y ahora el fuego me dominaba. Un incendio provocado, con una trayectoria bien marcada. Ese mismo fue el que me empujó a subir un poco más el volumen para que la música te guiara hasta mí, hasta la puerta entreabierta para que llegaras directa a mi mirador privado, desde donde tantas veces te he observado, espiado, deseado ... Entraste, y yo te esperé escondido tras la puerta que da a la cocina. Te vi cambiar la cara al darte cuenta que mi ventana tenía una vista privilegiada de la tuya y eso avivó mi llama. Y sólo cuando te giraste buscándome en la mesa desnuda del comedor me acerqué a ti. Con pasos cautelosos. Y a cada uno de ellos, un latido de mi sexo pugnando por escapar del pantalón.
En ese momento sentí tu presencia detrás mio, giré lentamente para quedar paralizada frente a tu mirada penetrante. Nunca me había sentido tan…mojada. Tus labios estaban húmedos y tuve que resistir el impulso de abalanzarme sobre ellos para saborearlos, morderlos, apretarlos entre mis dientes, hundir mi cara en tu cuello y atrapar con mis manos tu espalda fuerte y poderosa. Parecías adivinar mis deseos y sin dejar de mirarme rodeaste mi cintura para acercarme a ti.
Me sentiste tras de ti. Nada más llegar a tu altura diste media vuelta. Tus ojos ... vi tu hambre de mí reflejada en ellos y de repente me sentí desnudo al pensar que tu pudieras sentir lo mismo. Mi mente en blanco bloqueaba mi cuerpo deseoso de poseerte salvajemente. En ese momento mis manos solo acertaron a rodear tu cintura por encima del jersey para acercarte a mí, como si fueran nuestros sexos esos polos opuestos que se atraen con fuerza.
Cuando tu mano se deslizó por debajo del jersey erizando mi piel desnuda, me acercaste más a ti hasta notar tu miembro duro y la humedad bajando por mis piernas. En apenas segundos y sin dejar de besarme y acariciarme me quitaste la poca ropa que llevaba. En ese momento me di cuenta que a nuestros pies también se encontraba tu camisa y que mis manos de cuya vida propia no me había percatado ya bajaban la cremallera de tu pantalón.
Sin dejar de acariciar tu espalda comenzamos a besarnos. La humedad de esos besos lentos y carnosos me dieron la confianza suficiente para descubrir tu piel bajo la ropa. Tus manos, también ávidas de mi piel comenzaron a dar cuenta de mi camisa y mis brazos, ya con mi mente vencida, te atrajeron aún más para que sintieras como era de grande mi deseo. Y lo notaste. Un leve gemido, un mordisco en mi labio y una rendición a mi cuello fueron las señales inequívocas. Una rendición engañosa, puesto que tus manos estaban decididas a liberar mi miembro de su prisión. Sentir como me rozabas provocó que me abalanzara sobre tus pechos ya desnudos ... pero mi mente volvió a retomar el plan original.
Tus boca abandonó momentáneamente mi pecho y con una sonrisa pícara me señalaste la mesa mientras me hacías retroceder hasta ella, no sin antes coger el bote de nata que yo había dejado allí.
Te pedí en silencio que te estiraras sobre la mesa y me adueñé del bote de nata y las fresas. Eran exactamente las que quería: grandes y jugosas. Mordí una de ellas, justo sobre tus labios y dejé que su zumo llegara a los tuyos. Mi lengua recorría tu boca limpiando cualquier resto de fresa mientras mi miembro rozaba suavemente entre tus piernas. "No te las comas todas", te dije. Y después de dejar la bolsa de deseo rojo a tu lado dejé algo de nata en tu boca, recorrí tu cuerpo con la punta del bote hasta llegar a tus pezones donde dos gotas más desaparecieron rápidamente al contacto con mi lengua. Y de allí, un camino descendiente y sin paradas hasta el límite de tus piernas, abiertas, que esperaban ansiosas mi llegada.
La mesa fria y dura bajo mi espalda desnuda era el paraíso. Me incitabas a saborear las jugosas fresas de tu boca, aunque yo esperaba saborearte a ti. Tu miembro rozando mi entrepierna me volvía loca, pero no me dabas tregua. Ya recorrías mi cuerpo con un reguero de nata que tu lengua iba dando cuenta concienzudamente. No pude evitar apagar mis gemidos cuando llegaste a mi vientre. La nata se derretía al contacto con el fuego que salía de mis entrañas. Un fuego que tu lengua aviva más y más.
Tus gemidos atizaban mi deseo a seguir galopando hasta ti. Tus ingles resultaron ser la parada antes de llegar al abismo de tu ardiente deseo, donde irremediablemente quería arder. Mi lengua llegó primero, saboreando el rastro de tu excitación. Luego mis labios besando los tuyos. Lamiendo cada pliegue, cada rincón de la perdición que escondes entre tus piernas. Mis manos, ya entregadas, creaban círculos ardientes sobre tu vientre mientras mi boca se entregaba a darte todo el placer imaginable sintiendo, bebiendo y mordisqueando cada gozo de tu cuerpo.
Cierro los ojos, me concentro en las sensaciones que tu lengua, tus dedos, tu piel provoca en mi. Me llevas al límite, a la locura, al éxtasis a punto de explotar en un primer orgasmo en tu boca. Con la respiración entrecortada levanto tu cabeza de mi entrepierna y te obligo a mirarme. Tu mirada estalla de deseo y sin palabras me dices que esto acaba de empezar.
Me siento inundado, embriagado del placer que emana de tu cuerpo y de tus ojos. Me dicen que sí, pero que no es suficiente. Que estás rendida a mis pies, pero que seguirás batallando. Que ahora serás tú quien me abrase.
Ahora soy yo quien con una mirada muda te invita a la mesa. Mis dedos recorren tu pecho perfilando sus formas, sintiendo con las yemas tu piel ardiente y excitada. De un movimiento ágil me pongo a horcajadas sobre ti y mi boca ataca ferozmente tu boca mientras mis manos atrapan a las tuyas en un vano intento de someterte a mis deseos.
El morbo y la excitación me pueden. Mis entrañas me piden zafarme de la atadura de tus manos pero el verte hacer, el observarte ... aumentan mis ganas de ti. Mi sexo palpita y te pide que lo tomes. Mi piel desea ser apagada por tus labios, por tu lengua ... Mi cuerpo entero está hambriento de tu piel, y sediento de tus besos.
Mi boca desciende de la tuya hasta tu cuello pero solo se detiene allí unos segundos para seguir un camino descendente hacia un fuego que me llama hipnotizada. Hambrienta de ti abro tus piernas y prácticamente devoro tu entrepierna con los dientes, con la boca, con la lengua. Lanzas un gemido y en ese instante tu pene se pierde en mi boca mientras mis manos se aferran a tus piernas como un náufrago a su tabla.
Tus labios rodeando mi deseo tan duro ... pierdo el sentido al verlo. Desaparezco del mundo cuando succionas, cuando tu lengua explora mi glande en busca de nuevos gemidos. Suspiro cuando me muerdes, cuando me rodeas con tu mano y aprietas bien fuerte. Esa mano que se turna con tu boca para darme tan intenso placer, y que cuando me masturba permite que tus ojos inyecten aún más fuego en los míos. Unos ojos que, cuando bajan la mirada, me advierten que volverás a apresarme entre tus labios.
Tu sabor me vuelve loca, mi boca se afana saboreándote intensamente y el desbocado delirio nos lleva a ambos a una locura compartida, intensa. No puedes más. No puedo más y me aparto de tu sexo para sentarme sobre ti y cabalgarte, libre ya de todo prejuicio y ataduras, entregada al placer desatado de gemidos que no callan hasta sentir que te derramas en mí y juntos acabamos licuándonos en un fuego intenso.
Un placer infinito después de haber destrozado tabúes y eliminado barreras. El estallido de un intensísimo orgasmo a pesar del desconocimiento mutuo. Te tuve sobre mí, con tu cadera siguiendo el ritmo de mis jadeos, con tus uñas clavadas en mi pecho queriendo arrancarme el alma, con mi mirada perdida en los ojos que busqué siempre tras los cristales de mi ventana .... y que hoy me vacían por completo.
domingo, 10 de enero de 2010
La vecina II
(desde aquí)
Te vi en el súper. Llevabas la misma camisa que aquel día que cruzamos las miradas en el restaurante donde fuiste a cenar con tus amigos. No recordaba su color, ni el corte, ni siquiera el detalle bordado del bolsillo ni esos botones tan originales. No. Lo que hizo que me diera cuenta que era esa misma y no otra fue la manera en que marcaba tus pechos bajo ella. Esos pechos que ya había estudiado y que pocos días atrás pude admirar claramente a través de nuestras ventanas.
Verte en la sección de frutería, delante de esa multitud de fresas me hizo recordar vivamente la escena del restaurante. Estabas metida en la conversación de tus compañeros, y de vez en cuando tus labios carnosos dejaban escapar una sonrisa preciosa, pero cuando era una carcajada ... el aire que entraba en tus pulmones tensaba esa camisa de formas hasta hoy indeterminadas, y marcaba profusamente la redondez de tus pechos. No era el único que disfrutaba del espectáculo. Alguno de tus compañeros miraban disimuladamente como esos botones luchaban por mantener la tela unida y no dejar escapar la fuente de tanto deseo en esa sala. Pero yo, desde la distancia, me permitía el lujo de mirarlos descaradamente sin perder ni un detalle. Me recreaba metiendo en mi boca, lentamente, cada una de las fresas de mi plato de postre. Las agarraba delicadamente y rodeaba la punta con mi lengua, como queriendo erizar con ella tus pezones. Luego la besaba sin dejar de lamerla, manteniendo mi mirada fija en aquello que realmente quería disfrutar en mi boca.
La última quise saborearla mirándote a los ojos. Esa fresa debía ser tu cuerpo entero y necesitaba atrapar tu mirada. Abrí un poco las piernas y liberé mi sexo de esa presión a la que estaba sometido desde hacía tiempo. Desde mi rincón privilegiado, comencé el ritual de ofrenda que el resto de frutas habían recibido. Esta vez, mi lengua se adivinaba aún más ardiente y mis ojos estaban inyectados en fuego, muy probablemente debido a mis caricias ocultas bajo el mantel. De repente reíste y resurgieron esos montes que mi boca deseaba coronar. Besé su imagen roja sin dejar de acariciarla con la lengua y mordí sólo la punta queriendo endurecer esos pezones que seguían tímidos. Y eso pareció despertarlos.
Como si lo hubieras sentido en tu propio cuerpo, buscaste al culpable y tu mirada me señaló a la primera. Aún descubierto, no paré. Exageré un poco más mis gestos para hacerte ver que eran para ti. Mi lengua se recreó más si cabe vistiendo de saliva mi última fresa, esta vez imaginando tu vientre, tu ombligo. Tus ojos seguían con los míos, pero aún así pude darme cuenta de la voluntad reprimida de tus pezones queriendo rasgar la tela de tu camisa, y del subterfugio de tu mano desapareciendo de la mesa. Ya te tenía, así que mi mente abandonó tu vientre para descender un poco más.
Mis piernas se abrieron de nuevo queriendo ser un reflejo de las tuyas. Mis caricias llegaban a su fin, y así te lo hice saber cerrando un segundo los ojos a la vez que mi aliento abrasaba esa fresa que seguía en mis manos. Al abrirlos de nuevo, el fundente ardor de mis entrañas podía verse en ellos. Te miré intensamente queriendo hacerte llegar todo mi deseo. Mi mente enloquecía sin poder retenerse en tus ingles hasta que llegó mi último bocado a la tentación de Eva convertida en fresa. Saboreé su jugo bebiendo de tu ser mientras el placer me recorría la espalda. Mis ojos trémulos te anunciaban que ese orgasmo era por ti, a la vez que veían como tu mano empapada de la fruta de mi deseo te permiría saborearte ...
Me perdía en esos recuerdos mientras daba un rodeo para llegar a tu espalda. Seguías allí, ensimismada, inmóvil delante de ese montón de fresas rojas quizá recordando lo mismo que yo. La lujuria pudo más que las visceras o la razón y, perdiendo mi timidez como aquel día, dejé un bote de nata en tu carro con una nota en la que aparecía mi dirección.
sábado, 9 de enero de 2010
La vecina
(ver aquí)
Me regalas tu cuerpo. Cada tarde te veo entrar en tu salón desde el mío. Degusto la manera en que te despojas de tu abrigo, dejas las llaves y el móvil sobre la mesa y te quedas un rato mirando por la ventana. Pero hoy ... Hoy me regalaste toda tú.
Tras iluminarse tu móvil hinchaste el pecho y, sin inmutarte, cambiaste por completo. Me atrevería a decir que adivinaste el remitente y el contenido del mensaje que recibiste: "En media hora estoy allí". Tus piernas se separaron ligeramente a la vez que tu mano rodeaba tu cintura todavía vestida. En ese preciso instante, mi sexo dio señales de comprender qué iba a suceder a continuación.
Sin darme cuenta mi mano acariciaba mi entrepierna, excitado por verte tan deshinibida. Con los ojos cerrados, movías la cadera lenta y sensualmente, ya poseída por la pasión. Te recorrías entregada a tu amante ausente con auténtico fervor. Yo, desde la distancia, ya desnudababa mi cuerpo en un llamamiento al tuyo. Y, tras una breve visita de tus dedos bajo tus pantalones, todo se desató.
Agresiva, diste cuenta de tu jersey y tu blusa, y tus pechos se vieron apresados en tus manos. Una convulsión de tus caderas, el arqueo de tu espalda y tu inaudible gemido provocó el mío. No podía. Mis piernas temblaban y tuve que apoyarme en mi ventana a la vez que con la otra mano me daba el placer que quería fuera tuyo.
No tardaste en despojarte de tus pantalones, ni en comprobar lo húmeda que estabas. Primero con tus dedos, y luego con tu boca lamiéndolos con pasión. "Ven conmigo..." te repetía una y otra vez entre dientes, queriendo atravesar las ventanas para Tumbarte en tu sofá y penetrarte al ritmo que marcaban tus caderas, o sentarme sobre tu silla preferida para que fueras tú quien me montara. Lo que fuera con tal de arder en tus entrañas, de robarte el aliento que iba empañando el cristal donde se adivinaba el contorno de una de tus manos. Quería estar contigo, arrancándote yo esos jadeos que te provocabas y que tú oyeras los míos a cada una de mis embestidas dentro de ti.
Y lo parecía. Nuetras caderas marcaban el ritmo al unísono y nuestros gemidos parecían acompasados hasta el momento que el éxtasis nos unió por completo. Cerré los ojos para tenerte cerca y rebosé ese deseo contenido por el miedo a ser visto. Disfruté de tu cuerpo como hace meses que imagino; como nunca me atreví. pero hoy me diste paso. Te sentí totalmente desnuda ante mis ojos y así te grabé en mi recuerdo instantes antes de abrirlos y contemplarte de nuevo.
Y allí estabas, aún disfrutando de la última gota de un orgasmo apasioanado. Un segundo antes de que tu mirada se cruzara con la mía, también desnuda.
jueves, 7 de enero de 2010
Amante en tus manos
Me robaste el deseo una mañana impura
En la que nuestras palabras se arremolinaron
Formando torbellinos y huracanes de pasión.
Tú te has convertido en mi ardiente secreto
Al hacer de la ternura de un beso en la distancia
El sexo salvaje de dos amantes etéreos.
Mi sueño es el campo de batalla donde destrozas,
Maltratas, muerdes, rasgas e invades mi cuerpo
Para ofrecerme ese dulce dolor que me lleva al placer.
Mi cuerpo es el mundo donde besas, acaricias,
Abrazas, lames, atrapas y masturbas mis sueños
Para vivir el intenso placer y el dolor de tu ausencia.
Quiero, deseo y muero porque llegue el día
Que el aire entre nuestras pieles quede ahogado
Y sólo nuestro sudor ocupe el espacio entre ellas
Ansío, anhelo y araño los minutos donde compartiremos,
Más allá de alientos, obscenidades y fluídos,
El estallido del éxtasis largamente deseado.
Mi llama. Mi dulce y eterna llama.
Espérame de nuevo esta noche en tu lecho
Con tus brazos y piernas abiertas para tenerme.
Yo, tu eterna y dulce tentación, volaré allí
Para ofrecerme a ti, para darme entero
Y ser de nuevo tu amante en tus manos.
martes, 5 de enero de 2010
El amante irracional
No es que mi corazón te ame
ni que mi alma encuentre en la tuya
su melliza largamente buscada.
No es una amistad racional
forjada tras años de confianza
lo que me atrae fuertemente a ti.
Es un deseo loco. Un pálpito irrefrenable.
Un ardor en mis entrañas incontrolable
que me pide que te muerda; que te excite.
Me ataca, y te escribo queriendo ser prudente
pero mis dedos no sienten teclas sino piel
y mi fuerza se concentra en mi vientre.
Desvarío, y no quiero conquistarte con caricias
sino con surcos de fuego de mi lengua en tu piel,
con marcas de mis uñas en tu carne suculenta.
No hay preámbulos ni besos con ternura
sino mi sexo palpitante amenazando tus nalgas
y mis manos aferradas a tus endurecidos pechos.
No seré dulce y delicado al entrar en ti
porque tu humedad me dejará embestirte de un golpe
haciendo arquear tu espalda hacia mí.
Ya serás presa de mi poder. Arderás en mi fuego.
Mis manos te atarán a mi cuerpo volcado a ti
y mi sexo te golpeará hasta el éxtasis.
Sólo mi sed de ti me hará detenerme y descender
para lamer ese vientre que me pierde
y llegar a mi manantial de lujuria: tu sexo.
Enloqueceré entre tus piernas. Beberé de ti
mientras tus labios y tus dientes poseen mi deseo,
mi arma que se perderá gustosa en tu boca.
Nuestras caderas perderán el control.
Nuestra vida dependerá de la del otro justo llegando
a ese hermoso umbral que separa el dolor del placer.
Querré que me lastimes para llegar al Olimpo.
Me pedirás llevarte al límite para luego volar.
Seremos crueles con nuestros cuerpos antes de morir
para estallar en el otro desnudos de todo.
Siendo lava candente fruto del volcán creado
por el amante irracional que nos domina sin razón.
miércoles, 16 de diciembre de 2009
Deseo irrefrenable (II)
El día prosiguió. Él estuvo esperado una respuesta a su correo durante toda la mañana. "¡Bah! Debe haberse mosqueado por no quedarme con ella. Seguro que ni siquiera está ya en casa", pensó. Y convencido de ello pudo concentrarse en el trabajo toda la tarde.
Eran sólo 15 minutos los que a aquella hora separaban la oficina de su lujoso chalet. Un tiempo en el que él sólo podía pensar en su bañera de hidromasaje y la botella de cerveza de importación que le esperaba bien fresca en la nevera. Después de una jornada con esos altibajos hormonales y de estrés quería relajarse envuelto y degustando burbujas.
Nada más abrir la puerta del garaje se dio cuenta de que el día no iba a acabar justo como esperaba. Dos hileras de velas recién encendidas marcaban el lugar donde debía quedar estacionado el coche y, junto a la puerta de entrada a la casa, su albornoz colgado de la llave de paso del gas con las zapatillas al pie de los tres escalones de acceso. Una nota en el pomo de la puerta le anunciaba lo obvio: "No entres con otra ropa que no sea ésta. Yo te espero con menos todavía". No quiso negarse. La música de George Michael que oía de fondo auguraba algo especial. Se desvistió y vistió, y se dispuso a entrar de lleno en el juego.
Las velas seguían siendo las protagonistas en el interior de la casa. De repente la asaltó el recuerdo del pequeño tesoro que le aguardaba en la nevera y se desvió del itinerario marcado por la cera llameante. Otro mensaje en la puerta del frigorífico le provocó un escalofrío que le recorrió la columna de arriba a abajo: "¿Qué buscas aquí? Todo lo que necesitas lo tengo yo". A sus pies, los restos de hielo picado delataban que una cubitera seguramente contendría todas las cervezas que guardaba. "¿Tan previsible soy, o es que esta tía ya me conoce?". La curiosidad y el morbo de la situación podían con cualquier otra sensación en este momento.
Retomó el camino de luz. La música se mezclaba con el sonido del burbujeo relajante del jacuzzi. "¿Me esperará dentro de la bañera? No lo creo. Será mejor que entre despacio...". Empujó levemente la puerta entreabierta y pudo verla en la otra punta de la estancia, contoneándose al ritmo de un tema muy sensual. Parecía descalza y vestida únicamente con una camisola de gasa negra. A contraluz, y pudiéndola observar más atentamente que la noche anterior, pudo comprobar que la mujer a quien había rechazado esta mañana era poseedora de un cuerpo escultural. Pero no eran sus curvas, perfectamente definidas, el único atractivo. Sus movimientos, entre coquetos y lascivos, habían hecho que se esfumara de su mente cualquier otro plan que no fuera poseer a esa hembra espectacular en ese preciso instante. Echó mano al cinturón de su albornoz dispuesto a pasar a ataque cuando la autoritaria voz de ella lo detuvo: "¡¡Sshh!! El antifaz que hay en la mesita de tu izquierda. Ahora. Ya has disfrutado bastante con la vista".
miércoles, 18 de noviembre de 2009
Deseo irrefrenable (I)
Se encontraba en el trabajo, pero sólo era su cuerpo el que estaba frente al ordenador. Respondía correos de forma prácticamente automática mientras su mente volaba para deslizarse bajo el camisón de ella.
Vamos... quédate conmigo. Cógete el día de fiesta tú también...
El eco de esos susurros seguía rebotando en su cabeza. Debía decirle que fue un error irse de casa; que lo único que deseaba era hacerla suyo. Tenía su olor impregnado en la ropa después de abrazarla desnuda antes de marchar, el sabor de su lengua recorriendo sus dientes en ese penúltimo beso... y la herida que le causó en el labio tras el mordisco del último. La excesiva responsabilidad le obligó a dejar atrás a su amante; a esa hembra en celo que pretendía a toda costa someterlo a sus deseos. Y él, ahora arrepentido, imagina cada rincón de su piel bajo la mirada penetrante de ella. Esos ojos dulces que una vez encendidos se tornan insaciables y felinos.
Y de repente se sorprendió escribiendo y describiendo toda esa lujuria en la pantalla, y por un instante quiso despejar el escritorio para ponerla a ella sobre la mesa. Podía verla medio desnuda, casi inmóvil, con una sonrisa pícara en sus labios y un inconfundible gesto que le hablaba sin palabras. “¿Y qué más? Vamos... no te quedes ahí parado. ¿O es que sólo fue un arrebato y me piensas dejar aquí?”.
Su pecho retenía un aire abrasador a la vez que jadeaba en su mente. Sus ojos, anclados en la pantalla y atrapados en los labios hambrientos y en la mirada ardiente de ella. Sus dedos, moviéndose al ritmo de su cadera y los gemidos de ambos. Calcinaba el arrepentimiento fantaseando con una tórrida mañana a su lado. En la cama. O en la cocina. O en la ducha.... Tecleaba sin cesar para evitar pensar. No podía permitirse ni un segundo de razón que parara de repente esta locura. Escribía y escribía, en ocasiones sin sentido, para evitar gritar. Para sustituir esa ardiente necesidad de poseerla con sus manos, de recorrerla con sus dedos, de arañarla, de morderla, de...
Llevado en volandas por la pasión relató una historia ardiente para que ella la encontrara al abrir su correo. No quiso releerla. Ya había arriesgado demasiado utilizando el ordenador de la empresa escondiendo el texto y su calentura, que no pasó desapercibida a una de sus compañeras. Escribió la dirección de ella y lo envió sin pensar si hacía bien, aturdido por lo ocurrido.
Y todavía le quedaban unas horas para llegar a casa...
domingo, 15 de noviembre de 2009
Tu mirada felina
Cerré los ojos una décima de segundo para disfrutarte más intensamente y me encontré con esa mirada felina que desciende por la columna y llega a la rabadilla abrasando todo mi interior a su paso. Un instante en el que la razón se ausenta y las entrañas toman el control del cuerpo, y en el que la mente sólo actúa como la pantalla en la que se proyectan los deseos de la lujuria y la perversión.
Las imágenes de mi mano enredándose en tu pelo, tirando tu cabeza hacia atrás de manera violenta dejando paso a mis dientes para clavarse en tu cuello y...
O llevándote en volandas hasta la pared donde te atravesaré mientras me miras entre sorprendida y deseosa de más para...
O levantando tus piernas para besar tus pantorrillas y descender con mis labios hasta el interior de tus muslos desde donde me muestras que...
Unos fogonazos en los que ya no estás en tus ojos, y te transformas en una tormenta de fuego que me incendia. Sin dejar de moverte sobre mí, apareces y desapareces en cada parpadeo. Y yo juego a la ruleta sin decidirme a hacer el amor con mi tierno y dulce amorcito, o morir hecho cenizas arrasado por mi diosa salvaje...
Poséeme. Deja tus mimos para la mañana...
viernes, 30 de octubre de 2009
Soy tuyo
Esclavízame. No preguntes.
Haz de mi cuerpo lo que te venga en gana.
Sométeme a tu imaginación; a tu lujuria.
Muéstrame el camino para satisfacer tu deseo.
Conviérteme en tu instrumento de gozo
Y extrae con él de ti hasta la última gota de placer.
Y cuando creas estar al borde del último orgasmo
Exprímeme para llevarte aún más alto.
Un poco más.
miércoles, 28 de octubre de 2009
Quiero desnudarte
Quiero desnudarte.
Toda. Por completo.
Liberar tus pies de los zapatos. Despacio.
Ascender por tus piernas y desabrochar tus pantalones.
Botón tras botón abrir tu blusa. Desenfundarte.
Desenvolver el regalo de tus pechos
y descender para descubrir dónde late ahora tu corazón.
Quiero desnudarte.
Aún más. Por completo.
Zambullirme en el azul de tu mirada.
Diluirme con un beso en tu saliva.
Desvestirte en cada caricia sobre tu piel.
Penetrar en ti. Provocar que ardas
para sudarte y poder recorrer tu cuerpo entero.
Quiero desnudarte.
Todavía más. Totalmente.
Y poder observarte sin ropa.
Sin piel.
Sin armadura.
sábado, 24 de octubre de 2009
Despedida
Sus entrañas como volcán después de la erupción.
Su pecho, un mullido cojín para el reposo.
Sus ojos, brasa del más encendido deseo.
Sus manos, peines sobre su cuerpo agotado.
Sus labios, manantial fresco de vida.
Y una mirada desnuda habló
Antes incluso que sus labios.
Una caricia en su rostro
Trajo la primera ola de frío.
Tres palabras le helaron el vientre
Y congelaron el resto de su cuerpo.
No volveré. Adiós.
viernes, 23 de octubre de 2009
Prefiero imaginarte a verte
Prefiero imaginarte a verte.
Tu mirada atenta a la pantalla,
tu sonrisa pícara cuando piensas
que quieres que te excite, y me lo dices.
Prefiero imaginarte a verte.
Tu respiración a leer mis palabras,
tus dientes acariciando tus labios
preparándolos para un maltrato posterior.
Prefiero imaginarte a verte.
Tu mano descubriendo tus muslos,
tus dedos buscando un placer
reflejado en los párpados que cubren tus ojos.
Prefiero imaginarte a verte.
Tus peticiones hechas aliento ardiente,
tus suspiros pronunciando mi nombre
entrecortados por oleadas de placer.
Prefiero imaginarte a verte.
Tu cuerpo al borde del orgasmo,
la pasión desbordante en tus ojos
que me arrastra contigo al abismo.
Prefiero imaginarte a verte.
Aunque lo que quiero es tocarte,
saborearte,
oírte,
olerte.
Sentirte.
jueves, 22 de octubre de 2009
El manjar de tu cuerpo
Te propones sacarme de mis casillas. Te estiras sobre la mesa del comedor, con ese vestido negro corto. Al principio sólo suspiras. Mueves la cabeza hacia los lados y suspiras. Tus ojos cerrados me advierten que ya imaginas, y yo delante tuyo no puedo hacer otra cosa que admirar el espectáculo.
Tus manos acarician tu vientre. Te quema. Me tienes al lado y deseas que sea yo quien te acaricie; o quien te arranque la ropa; o quien te tome y te folle de manera salvaje. Tu excitación aumenta. Ahora unos dedos siguen el curso descendiente de tus rodillas a tu sexo, mientras que otros llegan a merodear tus pechos. Pero no debes tocarlos. Ese no es el trato. Así que decides desnudarte y mostrarme tu cuerpo de ángel poseído por el demonio.
Tus piernas se abren y tus dedos rondan tu sexo sin rozarlo, sólo para mojarse un poco en la piel que y empapaste. Te los llevas a la boca y, al verte, mi mano no pudo hacer otra cosa que aprisionar mi sexo fuertemente. Emití un gemido claro y audible que provocó otro en ti. Volviste a empaparte de ti y alargaste tu mano hacia mí diciendo:
Ven. Ven a mí. Ven ya
Me acerqué a tus dedos que lamí con sumo cuidado, saboreándolos en mi boca. Mis entrañas palpitaban al ritmo de tu deseo. Admiraba esos pezones desafiantes diciéndome "cómeme". Tus manos desesperadas recorrían tu vientre y tus muslos hasta que me decidí a poseer tu pecho. Me abalancé a por él, tomándolo con ambas manos, presionándolo como si en ello me fuera la vida, lamiéndolo fogosamente, succionándolo, mordisqueándolo... Tu mano agarraba el otro pecho con furia, pellizcando tu pezón mientras con la otra acariciabas mi pelo en señal de asentimiento. Nuestros gemidos aumentaban. Mi sexo deseaba ser poseído pero... No. Eso no llegaría ahora.
Me situé al borde de la mesa y, tomándote por debajo de las rodillas, te acerqué al borde. Conmigo sentado, tus piernas abrazaron mi cuello y suspiraste. Mis labios besaban la parte interior de tus muslos. Tus manos continuaban centradas en esos pechos y mi boca ya necesitaba tu sabor, sentir tu calor...
Recorrí el contorno de tu sexo, para embriagarme antes con su aroma y después besarlo. Un beso largo que la excitación no tardó en convertir en luchas feroces de mi lengua para adentrarse en ti. Y lo hizo, de manera contundente. Tu sabor inundó mi boca que se deshacía en tu sexo mordisqueando tu clítoris tan excitado. Mi lengua revoltosa salía de ti para lamer luego el centro de tu deseo, y entonces mis dedos ocupaban su sitio. Te masturbaban sin contemplaciones, enérgicamente. Se movían en ti de forma maestra a la vez que tu clítoris descubría nuevas sensaciones cubierto por mi boca.
Deseaba que te corrieras. Que toda esta posesión de tu cuerpo te hiciera estallar de placer. Y seguí lamiéndote y masturbándote hasta hacerte llegar al cielo. Hasta que tus piernas me presionaran en pleno éxtasis en el que yo no cesaba de lamerte y darte placer. Hasta que las convulsiones de tu vientre y tus gemidos me dijeron que habías sido enteramente mía.
Hasta que viniste a besarme apasionadamente y tomaste mi miembro en tu mano, y me dijiste con actitud felina: "Deja que te ayude". Y asentí, para ofrecerme a ti en cuerpo y alma.
martes, 20 de octubre de 2009
¿Y si ...
¿Y si me esperaras vestida con una copa de vino y me ofrecieras otra a mí nada más entrar por la puerta?
¿Y si estuviera anclado a tus ojos aunque bebieras de tu copa?
¿Y si con tu mirada me desnudaras por completo?
¿Y si las copas acabaran a nuestras espaldas?
¿Y si te sentaras sobre mí y bebiera el vino de tu boca?
¿Y si tu piel ardiera al contacto con la mía?
¿Y si me dirigieras para entrar en tu cuerpo?
¿Y si la pasión, y no el vino, nos hiciera perder la cabeza?
¿Y mis labios probaran el sudor de tu piel?
¿Y si tus dientes mordieran mi cuello?
¿Y si las copas estallaran en el suelo?
¿Y si ambos nos derramáramos de placer?
…...
¿Crees que el resto del mundo nos envidiaría?
domingo, 18 de octubre de 2009
Tu aliento
Y tu aliento me poseyó. Sólo con un beso entraste en mi cuerpo y te mezclaste en mi sangre. Desde ese momento perdí en control. Mis labios se desvivían por saborear los tuyos y mi lengua comenzó a luchar con la tuya. No había razón. La mente teñida de blanco, o quizá de un rojo apasionado no podía dominar un cuerpo que sólo obedecía las órdenes de las entrañas.
Ya la boca invadía tu cuello a dentelladas cohibidas por miedo a lastimarte. Cuatro manos torpes, aceleradas, ansiosas desnudaban nuestros cuerpos a toda prisa. Calor. Necesitaba tu calor por toda mi piel y no tardé en tenerlo. Mi vientre en contacto con tuyo, tus senos contra mi pecho y el centro de mi deseo rozando tu entrepierna. Y volví a alimentarme de tu aliento que me pedía incendiar todo mi cuerpo.
Y me dejé hacer. Me abandoné a tu deseo para ser lienzo de tu arte. Disfruté de los trazos primeros de tus dedos sobre mi pecho, de cómo repasaste los contornos con tus labios en mi vientre, de la plenitud del paradisiaco paisaje reflejado en tu mirada, de la explosión de colores al poseer mi sexo en tu boca. Y todo ello acompañado de la música de nuestros gemidos y de mis caricias en tu pelo, en tus brazos, en tus manos. Manos que se entrelazaron con las mías al elevarme y hacerme volar más allá de la realidad.
Y luego, más aliento. Más de ese alimento de tu boca del que nunca hay suficiente. El que me ha convertido en un ser insaciable
viernes, 16 de octubre de 2009
Equilibrio
Busco un punto de medio
para disfrutar de una cena
y del sabor de tus pechos.
Busco el equilibrio
para adentrarme en tu alma
y tu cuerpo ardiente.
Busco igualar la balanza
y disfrutar de tu boca
risas alegres y jadeos apasionados.
Sólo busco conocerte
para admirar a la persona
poseída por el diablo que me prende.
miércoles, 14 de octubre de 2009
Mi postre preferido
Lo dijiste de manera inocente al ver una noticia en la tele, como quien no quiere la cosa. “A mí me ponían chocolate caliente en el pecho para aliviar los ataques de asma”. Pero tu mirada tornó tu rostro siempre angelical, y sólo por un segundo, en la cara de una diablesa hambrienta de mí. Nada más decirlo ya te estaba imaginando estirada en la mesa de mi comedor vestida con ropa interior blanca y con una venda del mismo color cubriendo tus preciosos ojos negros.
¿A esta temperatura te gusta?
Introduje mis dedos índice y corazón en la jarra que empuñaba con mi mano derecha y los deslicé, ya cubiertos de dulzor amarga, por tus labios. Tu lengua salió a recibirlos con el único objetivo de provocarme y excitarme aún más si era eso posible. La temperatura era lo de menos porque ya sabías que, fuera la que fuera, nunca podría superar la tuya.
Dibujé un círculo marrón, casi negro, alrededor de tu ombligo. Tú respiraste hondo e inmediatamente mi boca hizo que desapareciera el chocolate que acababa de verter sobre tu vientre.
Pero... no es ahí donde te lo ponían, ¿verdad?
Así que dejé caer un charco en el pecho, por debajo de tu cuello y entre tus senos. Posé la jarra en la estantería, me senté sobre ti y repartí el chocolate con mis manos. Primero por toda esa piel que mostrabas, masajeando suavemente hasta tus hombros y tu cuello. Luego, deslizándome bajo tu ropa interior, sin quitártela. Cubriendo tus senos y sintiendo esos pezones desafiantes entre mis dedos. Y una vez terminé, fueron mi lengua y mis labios los que se encargaron de limpiar el estropicio provocado por mis torpes manos que, esta vez sí, decidieron descubrir tus pechos ahora más dulces que de costumbre. Fue una tarea complicada, porque a mis lametones y succiones le seguían caricias que volvían a impregnar de chocolate tu piel, y yo... no podía permitir que quedara ni una sola gota sobre ella. Mis manos y boca tropezaban, y tu aliento parecía más excitado por momentos, quizá debido al ligero roce de nuestros sexos.
Decidí coger de nuevo el chocolate y regar ahora entre tus piernas. El contraste del blanco y el negro resultaba tan apetitoso, que no lo pensé un instante y me abalancé a saborear todo lo que me ofrecías. Tus gemidos eran ahora mucho más audibles, y el deseo desmedido te desbordó haciendo que no pudieras seguir dejando que fuera yo el único encargado de dar placer.
Te levantaste, ya a ojos descubiertos, y me besaste apasionadamente a modo de relevo. Tomaste la jarra de mi mano para pasar tú a dominar la situación y quedar sobre mí teniendo una visión privilegiada de mi miembro totalmente enhiesto, pasando a estar yo bajo el cielo de tus nalgas. Comencé a acariciarte los muslos a la vez que tú me atrapaste con una mano y tu lengua comenzó a recorrerme de abajo a arriba y, una vez me encumbraste, comencé a sentir cómo el calor húmedo y amargo me cubría. Vertías chocolate sin fin mientras lamías, y lamías, y lamías... Y yo no podía detenerme y, entre gemidos, buceaba entre tus piernas para saborear de ti los restos de chocolate que traspasaron tu tanga y que buscaba tan profundamente como me era posible.
Y seguimos así hasta no dejar una gota. Hasta saciar tanta hambre que teníamos. Hasta saber que el otro había quedado totalmente satisfecho. Hasta entregarnos del todo y sentirnos llenos.
lunes, 12 de octubre de 2009
Hambre de deseo
Hoy abro de nuevo la caja de Pandora
y mi piel vuelve a cubrirse con tu otra piel.
Mi nariz vuelve a rozar tus pechos
y mi vida se detiene para estar contigo.
Al morder la costura del fino camisón
tu sabor inunda mi boca. Me calas.
Al inspirar hondo tu aroma me penetras
y siento como tu sudor acaricia mis poros.
Muero. Mi corazón se detiene al besarte.
Mi alma se eleva al tenerte en mi aliento.
Tu perfume me envuelve, me enloquece
y provoca mis suspiros entre tus piernas.
Y revivo en el vacío, desesperado.
Lleno de ti y en ausencia de tu cuerpo
recordando tus palabras, tan vivas:
"Nunca nadie me había hecho sentir tan mujer como tú"
miércoles, 29 de julio de 2009
Si llego tarde...
Si llego tarde, no me esperes.
Vístete para mí. Escoge el raso.
Mírate en el espejo. Siente como te abrazo.
Unas gotas de perfume sobre tu pecho,
tu cuello, tus muñecas, tus muslos...
Ve al piano. Siéntate. Destápalo.
Siente el tacto de tus teclas en tus dedos.
Su calidez. Su suavidad.
Como la tela entre tu vientre y mis manos.
Toca lentamente. Dame tiempo a llegar.
Mientras, tus hombros serán mi presa.
Mis besos y mi aliento sobre ellos
harán que tus tirantes caigan rendidos.
No pares. Cierra los ojos. Siénteme.
Mis labios en tu cuello. Y los tuyos, suspirando.
Mis manos rozando tus piernas
que se abren poco, a poco, a poco, a poco...
Si llego tarde, no me esperes.
Que sean tus manos las que sigan la música.
Que tu cuerpo se estremezca en cada roce de tu piel.
O de la mía... porque ya estaré allí.
domingo, 26 de julio de 2009
¿Te imaginas?
Quiero convertirme en un manto de gasa
para atrapar por completo tu cuerpo.
¿Te imaginas?
Una suave caricia en los dedos de tus pies.
Un leve roce que asciende por tus tobillos.
Un abrigo cálido que besa tus pantorrillas.
Un tacto sedoso que rodee tus muslos.
Un pliegue inquieto mimando tu entrepierna.
Una brisa de tela erizando la piel de tu vientre.
Un aliento ardiente cubriendo tus pechos.
Un suspiro de deseo que invada tu cuello.
Un beso de tul que no abandone tus labios.
para atrapar por completo tu cuerpo.
¿Te imaginas?
Una suave caricia en los dedos de tus pies.
Un leve roce que asciende por tus tobillos.
Un abrigo cálido que besa tus pantorrillas.
Un tacto sedoso que rodee tus muslos.
Un pliegue inquieto mimando tu entrepierna.
Una brisa de tela erizando la piel de tu vientre.
Un aliento ardiente cubriendo tus pechos.
Un suspiro de deseo que invada tu cuello.
Un beso de tul que no abandone tus labios.
sábado, 25 de julio de 2009
Disfrutemos
Quitémonos las máscaras. Hoy nos desharemos de nuestros personajes y quedaremos el uno ante el otro como lo que somos; como lo que sentimos y buscamos. Lancémonos al vacío y permitámonos sentir nuestros cuerpos sin disfraces.
No dejes de mirarme. Me encantan tus ojos. Me pierdo en ellos. Mírame desde donde estás sentada y no pierdas detalle. Me gustaría ser yo, pero la distancia no me permite desabrocharte la blusa. Hazlo despacio. Sintiendo cada uno de los movimientos y roces, sin perder de vista mis ojos.
Acaricia tu vientre, pero no cierres los ojos todavía. Hazlo con la yema de tus dedos y asciende hasta tus labios para meter uno de ellos en tu boca. Siéntelo bien, pero no apartes tu mirada. Sigamos juntos.
Desciende por donde viniste. Acaricia con tus dedos húmedos la piel que anhelo. Y al llegar a tu pantalón y querer colarse en él, cerremos los ojos. Yo te imaginaré recostada en esa silla, con la blusa abierta igual que tus piernas. Y tu mano entre ellas. Me acariciaré, te tendré conmigo y me dormiré soñando tu cuerpo, y espero que tu disfrutes de nuestro momento por primera vez... O no.
Tranquila. Nadie nos ve
No dejes de mirarme. Me encantan tus ojos. Me pierdo en ellos. Mírame desde donde estás sentada y no pierdas detalle. Me gustaría ser yo, pero la distancia no me permite desabrocharte la blusa. Hazlo despacio. Sintiendo cada uno de los movimientos y roces, sin perder de vista mis ojos.
Acaricia tu vientre, pero no cierres los ojos todavía. Hazlo con la yema de tus dedos y asciende hasta tus labios para meter uno de ellos en tu boca. Siéntelo bien, pero no apartes tu mirada. Sigamos juntos.
Desciende por donde viniste. Acaricia con tus dedos húmedos la piel que anhelo. Y al llegar a tu pantalón y querer colarse en él, cerremos los ojos. Yo te imaginaré recostada en esa silla, con la blusa abierta igual que tus piernas. Y tu mano entre ellas. Me acariciaré, te tendré conmigo y me dormiré soñando tu cuerpo, y espero que tu disfrutes de nuestro momento por primera vez... O no.
Tranquila. Nadie nos ve
viernes, 24 de julio de 2009
Dulce espera
Lo tienes en tus manos. Tú mandas porque así lo acordamos. Me miras fijamente, sin pestañear, sosteniendo la taza en tus manos. No lo soporto. Me pides lo que tanto me cuesta. A veces creo que te encanta verme sufrir; que te gusta ser cruel conmigo. Sólo cuando llega el momento en el que me liberas disfruto de haber retenido todo el deseo para dártelo en un sólo gesto.
Sigues delante mío. El uno sentado frente al otro. Desnudos. Con tus piernas sobre las mías abrazando ligeramente mi cintura. Con mis manos en mi espalda, sin poder tocar siquiera tus pies. Con tus ojos en los míos, y la taza sobre tu pecho con el chocolate a punto de ser servido.
“Sólo cuando vaya a llegar a mi pezón, ¿de acuerdo?”
Es la tercera vez que lo repites. El momento está cerca. Inspiras. Veo que tu piel se eriza. Parpadeas. Y dejas caer el chocolate sobre tu pecho. Mis manos abandonan mi espalda y mis ojos los tuyos para centrarse en tu seno. El objeto de mi deseo. Lo observo. Lo admiro. Intento adivinar como va a moverse mi amo. Veo como dos brazos se adelantan al resto de ese cuerpo dulce. Están llegando, pero dejan a tu pezón en medio, como queriendo abrazarlo...
Levanto la mirada. Tus ojos me están pidiendo que lo haga. Que mis labios te saboreen dulce y amargamente. Lo deseas, y estás tan impaciente como yo momentos antes, cuando mis manos no podían liberarse. Respiro hondo. Tus labios se entreabren. Mis párpados bajan. Mis manos atrapan tu seno delicadamente. Los pulgares acarician el contorno de tu pezón. Mi lengua lo corona, y lo desciende en círculos. Mi boca lo envuelve. Los sabores se mezclan y estallan. Y nuestros gemidos, pronunciados al unísono, son el preludio de una dulce noche de sexo.
martes, 21 de julio de 2009
Instantes (II)
Instantes
Las manos pierden el rumbo, el fuego estalla y abrasa
los labios bajan y bajan...perdiéndose más allá del vientre.
Respiración entrecortada. Suspiros encerrados.
Tu labio atrapado entre tus dientes.
Tus labios recorridos por mi lengua.
Besados. Lamidos. Explorados.
Incursiones en ti. El sabor de tu calor.
Caricias en tu vientre. En y entre tus piernas.
Besos en tu deseo. En tu pasión palpitante.
Gimes. Suspiras. Pides.
Atrapo. Mordisqueo. Succiono.
Acaricias. Gritas. Ardes.
Entro. Provoco. Doy.
Asientes. Arqueas. Estallas.
Disfruto. Absorbo. Abrazo.
Vuelas. Vuelo. Satisfechos.
lunes, 20 de julio de 2009
No tengas prisa
- No me esperes. Ya llegaré a casa, ¿vale?
Se lo dijo mientras la veía desaparecer entre la gente de la discoteca. Aquellas palabras se abrían paso entre los dientes de Sonia. Reía. Y a Mónica no le supo mal porque sabía que estaba muy colgada de Sergio. Los observaba mientra bailaban en la pista: como ella se movía de manera provocadora mirándolo, como bajaba los ojos cuando él la encontraba, como Sergio se mordía el labio inferior cuando Sonia le daba la espalda... Vio todo el ritual desde la barra y se vio reflejada el día anterior. Recordaba que ayer era ella la reina de aquella pista; que eran sus pies los que dejaban caminos de fuego por donde pasaban.
Entonces nota las manos de Mario recorriendo su silueta mientras bailaban. Sus ojos, los de él, clavados en los suyos, los de ella. Ahora piensa que sí. Que seguramente la mirada de él se dirigía a sus pechos cuando lo perdía de vista, o en el culo al girarse y contonear las caderas con aire provocador. Pero, sobretodo, recuerda el movimiento de sus labios y su lengua cuando cantaba “No tinguis pressa”.
La dejaba sin respiración, igual que ayer. De camino a casa su mente proyecta un primer plano de la boca de Mario mientras recuerda toda la escena. Los gestos, las manos, la música... pero por encima de todo sus ojos verdes que la desnudaban. Un incendio volvía a invadirla. El aliento se tornaba deseo, los pasos se aceleraban y los dedos, inconscientemente, rodeaban su ombligo con caricias lascivas. Se dio cuenta justo cuando se encontraron con el cinturón que les cortaba la ruta descendente. “¿Dónde estoy?”. Una vez de vuelta a la realidad cayó en la cuenta que estaba justo delante de casa de él.
Dos y media. Mira el portal con el corazón pidiéndole que llame. Se acerca al interfono despacio. El estómago se encoge. Las entrañas ardientes se lo suplican. Su aroma le llega, se siente húmeda y la vergüenza puede más que el deseo. Da media vuelta para irse a casa
Pero nada más dar dos pasos un ruido sordo hace que se detenga a medio camino. Mira hacia arriba y ve como se enciende alguna luz en el segundo. Y un instante después, otra vez ese zumbido que ahora suena a música, pero esta vez acompañada por el “¡clac!” que hace la puerta al empujarla Mónica.
Se lo dijo mientras la veía desaparecer entre la gente de la discoteca. Aquellas palabras se abrían paso entre los dientes de Sonia. Reía. Y a Mónica no le supo mal porque sabía que estaba muy colgada de Sergio. Los observaba mientra bailaban en la pista: como ella se movía de manera provocadora mirándolo, como bajaba los ojos cuando él la encontraba, como Sergio se mordía el labio inferior cuando Sonia le daba la espalda... Vio todo el ritual desde la barra y se vio reflejada el día anterior. Recordaba que ayer era ella la reina de aquella pista; que eran sus pies los que dejaban caminos de fuego por donde pasaban.
Entonces nota las manos de Mario recorriendo su silueta mientras bailaban. Sus ojos, los de él, clavados en los suyos, los de ella. Ahora piensa que sí. Que seguramente la mirada de él se dirigía a sus pechos cuando lo perdía de vista, o en el culo al girarse y contonear las caderas con aire provocador. Pero, sobretodo, recuerda el movimiento de sus labios y su lengua cuando cantaba “No tinguis pressa”.
Si te interesa, sabes mi dirección.
Me encontrarás en medio del sueño más húmedo
La dejaba sin respiración, igual que ayer. De camino a casa su mente proyecta un primer plano de la boca de Mario mientras recuerda toda la escena. Los gestos, las manos, la música... pero por encima de todo sus ojos verdes que la desnudaban. Un incendio volvía a invadirla. El aliento se tornaba deseo, los pasos se aceleraban y los dedos, inconscientemente, rodeaban su ombligo con caricias lascivas. Se dio cuenta justo cuando se encontraron con el cinturón que les cortaba la ruta descendente. “¿Dónde estoy?”. Una vez de vuelta a la realidad cayó en la cuenta que estaba justo delante de casa de él.
Puede que estés al rojo vivo pero no te atreves.
No importa que hora sea. Ven a verme.
Dos y media. Mira el portal con el corazón pidiéndole que llame. Se acerca al interfono despacio. El estómago se encoge. Las entrañas ardientes se lo suplican. Su aroma le llega, se siente húmeda y la vergüenza puede más que el deseo. Da media vuelta para irse a casa
Pero nada más dar dos pasos un ruido sordo hace que se detenga a medio camino. Mira hacia arriba y ve como se enciende alguna luz en el segundo. Y un instante después, otra vez ese zumbido que ahora suena a música, pero esta vez acompañada por el “¡clac!” que hace la puerta al empujarla Mónica.
jueves, 16 de julio de 2009
Desátame
Imposible. Esta vez aseguraste bien el nudo y mis manos estaban bien atadas al respaldo de la silla. No pude escapar. En tu cara una sonrisa de satisfacción sabiéndote ama y señora de la situación.
Vestías un babydoll negro con braguitas a juego. Tus ojos se clavaban en los míos y yo .... no sabía si aguantar la mirada o disfrutar de la visión de tus pechos, con esos pezones queriendo atravesar la gasa. Tu cara era la imagen del deseo intenso. Me tenías ante ti, listo para ser tuyo por completo.
Te acercaste a mí, sin rodeos. Con tus manos puestas detrás de mis rodillas y tirando de mí hacia ti conseguiste sentarme al borde de la silla. Tus caricias comenzaron a extenderse por mis muslos, cada vez más cerca de mi sexo todavía flácido .... por poco tiempo. Estabas deseosa de mí. Y esa pasión ardiente hacía que me excitara más, y debido a ello el primer contacto de tus dedos con mi miembro lo hicieron algo más fuerte. Y luego más. Y luego ...
Masajeas mi sexo, mis genitales .... incluso tus dedos rozaron mi ano y te quedaste sorprendida por mi gemido. Acababas de descubrir algo no esperabas. Pero .... ahora no es el momento. Te acercas más a mí, aún de rodillas, mirando mi miembro bien enhiesto ... esperándote. Tu lengua rodea mi glande y comienzas a descender lentamente hasta que mi sexo desaparece dentro de tu boca. Sentir cómo lo rodean tus labios y cómo tu calor lo envuelve .... me excita. Más aún cuando permaneces así, quieta, unos segundos. Tus manos se acercan a mi vientre. Lo acarician ... y yo sin poder corresponderte, impedido por la cuerda que retiene mis brazos a tu espalda.
Tus dedos poseen mi torso desnudo. Liberas despacio mi sexo y tus labios siguen el camino de tus manos. Tu mirada es terriblemente excitante. Y yo me estemezco al notar como tu vientre roza mi miembro y al sentir tu lengua rodear mis pezones. Quiero liberarme. Estoy hambriento de tu cuerpo pero me tienes encerrado en el mío. Pareces leerme el pensamiento porque en ese momento tus dedos se acercan a mis labios. Los rodean, los abren y se introducen en mi boca para alimentarme un poco de ti. Juego con ellos con mi lengua. Intento excitarte al máximo para que me sueltes y así poder dártelo todo, pero hoy te haces fuerte. Te recreas en mi pecho acariciándolo y mordisqueando mis pezones ... y yo que mataría por poder hacer lo mismo con los tuyos.
Acaricias mi cuello. Te sientas sobre mis piernas, con las tuyas abiertas, para ponerte a mi altura. Tu aroma me llega, al igual que tu calor. Te incorporas un poco, lo justo para poner entre mis dientes la cinta que mantiene tu babydoll. "Despacio ...". Con un suave movimiento de mi cabeza hacia atrás logro deshacer el lazo y abrir esa gasa que ya cae por tus brazos dejando tus hermosos pechos al descubierto. Los quiero. Quiero poseerlos.
"Voy a desatarte, pero sólo si no me besas ni me tocas hasta que yo te diga. ¿De acuerdo?". No puedo negarle nada a esa mirada. Aún estando al borde de locura, obedeceré lo que me manden tus ojos. Así que aún abalanzándote sobre mí para desatarme, a pesar de sentir el calor de tus pechos sobre el mío o tener tu cuello a escasos centímetros de mis labios, me retengo. Aguanto hasta tenerte de nuevo a la vista esperando que me pidas ... "Ven. Mi pecho te reclama". Acaricio uno de ellos con mis dos manos, atrapándolo mientras lo admiro. Me acerco a ese pezón durísimo y rosado hasta besarlo. Una y otra vez, abriendo a cada beso más mi boca, apasionándome al sentir tu dulce sabor en mi boca ....
Suspiramos. Mi boca se ensaña con tu pecho y enloquecemos. Succiono, beso, mordisqueo, acaricio, atrapo, ... mientras tú buscas mi sexo para sentirte llena de mí. La pasión se desata. Mis manos conquistan tu cuello seguidas de mis besos; las tuyas me encuentran, me insertan, ... Gemimos y nos movemos desatados. Nuestros alientos se alimentan, mi nombre en tu voz es una bomba estallando en mis entrañas, el sabor de tu piel ardiente una droga. Tu mirada, perdida en mis ojos, la visión de tu paraíso. Del inmenso placer que me hace desbordar de gozo.
Vestías un babydoll negro con braguitas a juego. Tus ojos se clavaban en los míos y yo .... no sabía si aguantar la mirada o disfrutar de la visión de tus pechos, con esos pezones queriendo atravesar la gasa. Tu cara era la imagen del deseo intenso. Me tenías ante ti, listo para ser tuyo por completo.
Te acercaste a mí, sin rodeos. Con tus manos puestas detrás de mis rodillas y tirando de mí hacia ti conseguiste sentarme al borde de la silla. Tus caricias comenzaron a extenderse por mis muslos, cada vez más cerca de mi sexo todavía flácido .... por poco tiempo. Estabas deseosa de mí. Y esa pasión ardiente hacía que me excitara más, y debido a ello el primer contacto de tus dedos con mi miembro lo hicieron algo más fuerte. Y luego más. Y luego ...
Masajeas mi sexo, mis genitales .... incluso tus dedos rozaron mi ano y te quedaste sorprendida por mi gemido. Acababas de descubrir algo no esperabas. Pero .... ahora no es el momento. Te acercas más a mí, aún de rodillas, mirando mi miembro bien enhiesto ... esperándote. Tu lengua rodea mi glande y comienzas a descender lentamente hasta que mi sexo desaparece dentro de tu boca. Sentir cómo lo rodean tus labios y cómo tu calor lo envuelve .... me excita. Más aún cuando permaneces así, quieta, unos segundos. Tus manos se acercan a mi vientre. Lo acarician ... y yo sin poder corresponderte, impedido por la cuerda que retiene mis brazos a tu espalda.
Tus dedos poseen mi torso desnudo. Liberas despacio mi sexo y tus labios siguen el camino de tus manos. Tu mirada es terriblemente excitante. Y yo me estemezco al notar como tu vientre roza mi miembro y al sentir tu lengua rodear mis pezones. Quiero liberarme. Estoy hambriento de tu cuerpo pero me tienes encerrado en el mío. Pareces leerme el pensamiento porque en ese momento tus dedos se acercan a mis labios. Los rodean, los abren y se introducen en mi boca para alimentarme un poco de ti. Juego con ellos con mi lengua. Intento excitarte al máximo para que me sueltes y así poder dártelo todo, pero hoy te haces fuerte. Te recreas en mi pecho acariciándolo y mordisqueando mis pezones ... y yo que mataría por poder hacer lo mismo con los tuyos.
Acaricias mi cuello. Te sientas sobre mis piernas, con las tuyas abiertas, para ponerte a mi altura. Tu aroma me llega, al igual que tu calor. Te incorporas un poco, lo justo para poner entre mis dientes la cinta que mantiene tu babydoll. "Despacio ...". Con un suave movimiento de mi cabeza hacia atrás logro deshacer el lazo y abrir esa gasa que ya cae por tus brazos dejando tus hermosos pechos al descubierto. Los quiero. Quiero poseerlos.
"Voy a desatarte, pero sólo si no me besas ni me tocas hasta que yo te diga. ¿De acuerdo?". No puedo negarle nada a esa mirada. Aún estando al borde de locura, obedeceré lo que me manden tus ojos. Así que aún abalanzándote sobre mí para desatarme, a pesar de sentir el calor de tus pechos sobre el mío o tener tu cuello a escasos centímetros de mis labios, me retengo. Aguanto hasta tenerte de nuevo a la vista esperando que me pidas ... "Ven. Mi pecho te reclama". Acaricio uno de ellos con mis dos manos, atrapándolo mientras lo admiro. Me acerco a ese pezón durísimo y rosado hasta besarlo. Una y otra vez, abriendo a cada beso más mi boca, apasionándome al sentir tu dulce sabor en mi boca ....
Suspiramos. Mi boca se ensaña con tu pecho y enloquecemos. Succiono, beso, mordisqueo, acaricio, atrapo, ... mientras tú buscas mi sexo para sentirte llena de mí. La pasión se desata. Mis manos conquistan tu cuello seguidas de mis besos; las tuyas me encuentran, me insertan, ... Gemimos y nos movemos desatados. Nuestros alientos se alimentan, mi nombre en tu voz es una bomba estallando en mis entrañas, el sabor de tu piel ardiente una droga. Tu mirada, perdida en mis ojos, la visión de tu paraíso. Del inmenso placer que me hace desbordar de gozo.
martes, 14 de julio de 2009
Solos
De nuevo llego a la cama. La noche me envuelve con tus brazos que pretenden abrigarme una vez más. Y es que desde el momento en que besé tu piel, su veneno entró en mi cuerpo para quedarse eternamente y encederme al contacto con las sábanas.
Son tus ojos la primera imagen de ti. Sus pupilas rebosantes de deseo que me muestran tu fiera a punto de desatarse. "Vamos .... ven a mí.". Mi mano hecha tuya apresa mi sexo. Tu mirada me atraviesa para dejarme atado al colchón. "Ven. ¿A qué esperas? ¿Por qué no te mueves?".
Imagino que me imaginas. Te veo en tu cama, entéramente desnuda, con tus dedos explorando suavemente tus pechos, tu vientre ... Y en tu mente es mi lengua la que te recorre, siendo esa la única parte de mí que te toca. Los besos acompañan. Tu ombligo se convierte en mi descanso. Lo rodeo, lo acaricio, lo mimo, lo observo ... y veo como tu cadera se eleva ligeramente, y tus piernas abriéndome paso.
No hay más besos. Tu olor me llama. El infierno que arde entre tus piernas me grita y acudo. En tu mente, ya me pierdo en tu sexo. Mis dientes se incrustan en tu ingle. Mi lengua te recorre llevando a mi boca tu intenso sabor. Mis labios deseosos beben desesperados de ti. Mis manos, ávidas de tu cuerpo, recorren tu vientre, tus muslos, tu cadera, ....
Mi lengua explora cada rincón oculto. Te busca y se entrega a tu placer, rendida. Mis dedos, sedientos, necesitan de ti. Se acercan hasta adentrarse y encender aún más tus entrañas y mi boca, desplazada, se centra en excitarte; en volverte loca rodeando, atrapando, mordisqueando y succionando toda tu pasión contrada.
Ambos gemimos y gritamos, presos de una atracción imparable. Nos retorcemos entre nuestras sábanas imaginando el placer del otro; jugando con nuestra mente y disfrutando de tanta pasión en la distancia. Y estallamos, solos, sintiendo como el orgasmo distante y el propio corre por nuestras venas.
Y despertamos en el lado ocupado de la cama observando el vacío de quien nos llevó al cielo ... una vez más.
Son tus ojos la primera imagen de ti. Sus pupilas rebosantes de deseo que me muestran tu fiera a punto de desatarse. "Vamos .... ven a mí.". Mi mano hecha tuya apresa mi sexo. Tu mirada me atraviesa para dejarme atado al colchón. "Ven. ¿A qué esperas? ¿Por qué no te mueves?".
Imagino que me imaginas. Te veo en tu cama, entéramente desnuda, con tus dedos explorando suavemente tus pechos, tu vientre ... Y en tu mente es mi lengua la que te recorre, siendo esa la única parte de mí que te toca. Los besos acompañan. Tu ombligo se convierte en mi descanso. Lo rodeo, lo acaricio, lo mimo, lo observo ... y veo como tu cadera se eleva ligeramente, y tus piernas abriéndome paso.
No hay más besos. Tu olor me llama. El infierno que arde entre tus piernas me grita y acudo. En tu mente, ya me pierdo en tu sexo. Mis dientes se incrustan en tu ingle. Mi lengua te recorre llevando a mi boca tu intenso sabor. Mis labios deseosos beben desesperados de ti. Mis manos, ávidas de tu cuerpo, recorren tu vientre, tus muslos, tu cadera, ....
Mi lengua explora cada rincón oculto. Te busca y se entrega a tu placer, rendida. Mis dedos, sedientos, necesitan de ti. Se acercan hasta adentrarse y encender aún más tus entrañas y mi boca, desplazada, se centra en excitarte; en volverte loca rodeando, atrapando, mordisqueando y succionando toda tu pasión contrada.
Ambos gemimos y gritamos, presos de una atracción imparable. Nos retorcemos entre nuestras sábanas imaginando el placer del otro; jugando con nuestra mente y disfrutando de tanta pasión en la distancia. Y estallamos, solos, sintiendo como el orgasmo distante y el propio corre por nuestras venas.
Y despertamos en el lado ocupado de la cama observando el vacío de quien nos llevó al cielo ... una vez más.
sábado, 4 de julio de 2009
12 uvas
Sentados de lado, uno frente al otro, desnudos, acabamos de preparar nuestras campanadas especiales para esta noche. La mermelada de uva, en raciones muy pequeñitas, queda repartida por 12 puntos de nuestros cuerpos. Y en este momento pones la que hace 13.
- Está fría
- Y tú, ardiendo
- No lo dudes
Nos acariciamos lentamente las zonas que quedaron libres sin dejar de mirarnos. El deseo va en aumento a medida que se acercan el momento de los cuartos.
La bola comienza a bajar. Suena el carrillón y unas sonrisas pícaras nos invaden el rostro. El corazón bombea fuerte. Muy fuerte.
Comienzan los cuartos. La excitación crece a una velocidad de vértigo. Me lanzaría sobre ti, pero acordamos respetar los tiempos. Me acerco a ti. Comienzo yo.
¡Dong! Mi lengua recorre tu cuello recogiendo a su paso toda la mermelada que encuentra. No puedo evitar cerrar la boca y propinarte un leve mordisco. Quise seguir, pero se acabó mi tiempo.
¡Dong! Tu turno en mi cuello. Eres más hábil y tienes más tiempo para recrearte en tu beso. Y qué manera de besar. Me enciendes. Sabes que las dos próximas son para mí.
¡Dong! Mi boca encierra tu pezón derecho mientras mi lengua, en un recorrido en círculo, limpia cualquier resto de confitura. Y antes de la siguiente campanada estoy en el izquierdo.
¡Dong! Un "Sshhh!!" sale de tu boca. Notas que me embalo, que te excita. Pero queremos mantener la tensión. Mis dientes no pueden evitar mordisquear tu pezón. Mi deseo, a punto de desbordar.
¡Dong! Tus dedos, tus uñas acarician mi pecho a la vez que besas y lames mi esternon. Te veo casi fuera de tu. Te huelo.
¡Dong! Vas descendiendo hasta mi vientre pero soy yo quien llega antes a tu ombligo. Me toca. Y vuelvo a morderte de nuevo. Te comería a bocados.
¡Dong! Tienes mi miembro en el horizonte, pero paras antes en mi vientre para besarme mientras tus manos se deslizan entre mis piernas.
¡Dong! Ya quedo bajo tus piernas y voy a dentellada limpia. Tu muslo izquierdo es la siguiente víctima y mis manos se aferran a tus nalgas. Mis dedos te dicen que no te soltaré bajo ningún concepto.
¡Dong! Separas mis piernas. Atacas mi ingle descontrolada. Tus manos buscan acariciar mi culo, mis muslos, ... Comienzas a perder el control.
¡Dong! Yo ya estoy casi fuera de mí. Tu muslo derecho ya queda libre de todo rastro de mermelada y mi lengua no puede estarse quieta. Voy a por tu sexo, que me llama desde hace rato. Pero debo esperar a la que hace 12 ...
¡Dong! Tu mano ya agarra con fuerza mi miembro. Duro. Enhiesto. Y tu hambrienta de tenerlo en tu boca. Pero antes limpias la otra ingle atropelladamente, deseando que llegue por fin esa última campanada.
¡Dong! Me adentro en tu cuerpo. Te saboreo. Me saboreas. La mermelada se mezcla con tu néctar y mi boca intenta calmar toda mi sed. Mi sexo se pierde dentro de ti y noto tus dientes como lo muerden. Como tu lengua lo recorre.
La gente en la Puerta del Sol grita. Nosotros gemimos, respiramos atropellados. Nuestras caderas se convulsionan y el animal que llevamos dentro en ocasiones aúlla, araña, muerde, ... No podemos dejar de darnos placer hasta que desbordamos pasión y deseo estallando en un orgasmo feroz, que aún habiendo sido breve sabe a gloria.
Luego nos besaremos y acariciaremos. Repondremos fuerzas y haremos el amor pausadamente, saboreándolo. Pero siempre recordaremos la explosión de la última campanada
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