miércoles, 18 de noviembre de 2009

Deseo irrefrenable (I)



Se encontraba en el trabajo, pero sólo era su cuerpo el que estaba frente al ordenador. Respondía correos de forma prácticamente automática mientras su mente volaba para deslizarse bajo el camisón de ella.

Vamos... quédate conmigo. Cógete el día de fiesta tú también...


El eco de esos susurros seguía rebotando en su cabeza. Debía decirle que fue un error irse de casa; que lo único que deseaba era hacerla suyo. Tenía su olor impregnado en la ropa después de abrazarla desnuda antes de marchar, el sabor de su lengua recorriendo sus dientes en ese penúltimo beso... y la herida que le causó en el labio tras el mordisco del último. La excesiva responsabilidad le obligó a dejar atrás a su amante; a esa hembra en celo que pretendía a toda costa someterlo a sus deseos. Y él, ahora arrepentido, imagina cada rincón de su piel bajo la mirada penetrante de ella. Esos ojos dulces que una vez encendidos se tornan insaciables y felinos.

Y de repente se sorprendió escribiendo y describiendo toda esa lujuria en la pantalla, y por un instante quiso despejar el escritorio para ponerla a ella sobre la mesa. Podía verla medio desnuda, casi inmóvil, con una sonrisa pícara en sus labios y un inconfundible gesto que le hablaba sin palabras. “¿Y qué más? Vamos... no te quedes ahí parado. ¿O es que sólo fue un arrebato y me piensas dejar aquí?”.

Su pecho retenía un aire abrasador a la vez que jadeaba en su mente. Sus ojos, anclados en la pantalla y atrapados en los labios hambrientos y en la mirada ardiente de ella. Sus dedos, moviéndose al ritmo de su cadera y los gemidos de ambos. Calcinaba el arrepentimiento fantaseando con una tórrida mañana a su lado. En la cama. O en la cocina. O en la ducha.... Tecleaba sin cesar para evitar pensar. No podía permitirse ni un segundo de razón que parara de repente esta locura. Escribía y escribía, en ocasiones sin sentido, para evitar gritar. Para sustituir esa ardiente necesidad de poseerla con sus manos, de recorrerla con sus dedos, de arañarla, de morderla, de...

Llevado en volandas por la pasión relató una historia ardiente para que ella la encontrara al abrir su correo. No quiso releerla. Ya había arriesgado demasiado utilizando el ordenador de la empresa escondiendo el texto y su calentura, que no pasó desapercibida a una de sus compañeras. Escribió la dirección de ella y lo envió sin pensar si hacía bien, aturdido por lo ocurrido.

Y todavía le quedaban unas horas para llegar a casa...

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