jueves, 22 de octubre de 2009

El manjar de tu cuerpo



Te propones sacarme de mis casillas. Te estiras sobre la mesa del comedor, con ese vestido negro corto. Al principio sólo suspiras. Mueves la cabeza hacia los lados y suspiras. Tus ojos cerrados me advierten que ya imaginas, y yo delante tuyo no puedo hacer otra cosa que admirar el espectáculo.

Tus manos acarician tu vientre. Te quema. Me tienes al lado y deseas que sea yo quien te acaricie; o quien te arranque la ropa; o quien te tome y te folle de manera salvaje. Tu excitación aumenta. Ahora unos dedos siguen el curso descendiente de tus rodillas a tu sexo, mientras que otros llegan a merodear tus pechos. Pero no debes tocarlos. Ese no es el trato. Así que decides desnudarte y mostrarme tu cuerpo de ángel poseído por el demonio.

Tus piernas se abren y tus dedos rondan tu sexo sin rozarlo, sólo para mojarse un poco en la piel que y empapaste. Te los llevas a la boca y, al verte, mi mano no pudo hacer otra cosa que aprisionar mi sexo fuertemente. Emití un gemido claro y audible que provocó otro en ti. Volviste a empaparte de ti y alargaste tu mano hacia mí diciendo:

Ven. Ven a mí. Ven ya

Me acerqué a tus dedos que lamí con sumo cuidado, saboreándolos en mi boca. Mis entrañas palpitaban al ritmo de tu deseo. Admiraba esos pezones desafiantes diciéndome "cómeme". Tus manos desesperadas recorrían tu vientre y tus muslos hasta que me decidí a poseer tu pecho. Me abalancé a por él, tomándolo con ambas manos, presionándolo como si en ello me fuera la vida, lamiéndolo fogosamente, succionándolo, mordisqueándolo... Tu mano agarraba el otro pecho con furia, pellizcando tu pezón mientras con la otra acariciabas mi pelo en señal de asentimiento. Nuestros gemidos aumentaban. Mi sexo deseaba ser poseído pero... No. Eso no llegaría ahora.

Me situé al borde de la mesa y, tomándote por debajo de las rodillas, te acerqué al borde. Conmigo sentado, tus piernas abrazaron mi cuello y suspiraste. Mis labios besaban la parte interior de tus muslos. Tus manos continuaban centradas en esos pechos y mi boca ya necesitaba tu sabor, sentir tu calor...

Recorrí el contorno de tu sexo, para embriagarme antes con su aroma y después besarlo. Un beso largo que la excitación no tardó en convertir en luchas feroces de mi lengua para adentrarse en ti. Y lo hizo, de manera contundente. Tu sabor inundó mi boca que se deshacía en tu sexo mordisqueando tu clítoris tan excitado. Mi lengua revoltosa salía de ti para lamer luego el centro de tu deseo, y entonces mis dedos ocupaban su sitio. Te masturbaban sin contemplaciones, enérgicamente. Se movían en ti de forma maestra a la vez que tu clítoris descubría nuevas sensaciones cubierto por mi boca.

Deseaba que te corrieras. Que toda esta posesión de tu cuerpo te hiciera estallar de placer. Y seguí lamiéndote y masturbándote hasta hacerte llegar al cielo. Hasta que tus piernas me presionaran en pleno éxtasis en el que yo no cesaba de lamerte y darte placer. Hasta que las convulsiones de tu vientre y tus gemidos me dijeron que habías sido enteramente mía.

Hasta que viniste a besarme apasionadamente y tomaste mi miembro en tu mano, y me dijiste con actitud felina: "Deja que te ayude". Y asentí, para ofrecerme a ti en cuerpo y alma.

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