viernes, 24 de julio de 2009

Dulce espera


Lo tienes en tus manos. Tú mandas porque así lo acordamos. Me miras fijamente, sin pestañear, sosteniendo la taza en tus manos. No lo soporto. Me pides lo que tanto me cuesta. A veces creo que te encanta verme sufrir; que te gusta ser cruel conmigo. Sólo cuando llega el momento en el que me liberas disfruto de haber retenido todo el deseo para dártelo en un sólo gesto.

Sigues delante mío. El uno sentado frente al otro. Desnudos. Con tus piernas sobre las mías abrazando ligeramente mi cintura. Con mis manos en mi espalda, sin poder tocar siquiera tus pies. Con tus ojos en los míos, y la taza sobre tu pecho con el chocolate a punto de ser servido.

“Sólo cuando vaya a llegar a mi pezón, ¿de acuerdo?”


Es la tercera vez que lo repites. El momento está cerca. Inspiras. Veo que tu piel se eriza. Parpadeas. Y dejas caer el chocolate sobre tu pecho. Mis manos abandonan mi espalda y mis ojos los tuyos para centrarse en tu seno. El objeto de mi deseo. Lo observo. Lo admiro. Intento adivinar como va a moverse mi amo. Veo como dos brazos se adelantan al resto de ese cuerpo dulce. Están llegando, pero dejan a tu pezón en medio, como queriendo abrazarlo...

Levanto la mirada. Tus ojos me están pidiendo que lo haga. Que mis labios te saboreen dulce y amargamente. Lo deseas, y estás tan impaciente como yo momentos antes, cuando mis manos no podían liberarse. Respiro hondo. Tus labios se entreabren. Mis párpados bajan. Mis manos atrapan tu seno delicadamente. Los pulgares acarician el contorno de tu pezón. Mi lengua lo corona, y lo desciende en círculos. Mi boca lo envuelve. Los sabores se mezclan y estallan. Y nuestros gemidos, pronunciados al unísono, son el preludio de una dulce noche de sexo.

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