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miércoles, 16 de diciembre de 2009

Deseo irrefrenable (II)


El día prosiguió. Él estuvo esperado una respuesta a su correo durante toda la mañana. "¡Bah! Debe haberse mosqueado por no quedarme con ella. Seguro que ni siquiera está ya en casa", pensó. Y convencido de ello pudo concentrarse en el trabajo toda la tarde.

Eran sólo 15 minutos los que a aquella hora separaban la oficina de su lujoso chalet. Un tiempo en el que él sólo podía pensar en su bañera de hidromasaje y la botella de cerveza de importación que le esperaba bien fresca en la nevera. Después de una jornada con esos altibajos hormonales y de estrés quería relajarse envuelto y degustando burbujas.

Nada más abrir la puerta del garaje se dio cuenta de que el día no iba a acabar justo como esperaba. Dos hileras de velas recién encendidas marcaban el lugar donde debía quedar estacionado el coche y, junto a la puerta de entrada a la casa, su albornoz colgado de la llave de paso del gas con las zapatillas al pie de los tres escalones de acceso. Una nota en el pomo de la puerta le anunciaba lo obvio: "No entres con otra ropa que no sea ésta. Yo te espero con menos todavía". No quiso negarse. La música de George Michael que oía de fondo auguraba algo especial. Se desvistió y vistió, y se dispuso a entrar de lleno en el juego.

Las velas seguían siendo las protagonistas en el interior de la casa. De repente la asaltó el recuerdo del pequeño tesoro que le aguardaba en la nevera y se desvió del itinerario marcado por la cera llameante. Otro mensaje en la puerta del frigorífico le provocó un escalofrío que le recorrió la columna de arriba a abajo: "¿Qué buscas aquí? Todo lo que necesitas lo tengo yo". A sus pies, los restos de hielo picado delataban que una cubitera seguramente contendría todas las cervezas que guardaba. "¿Tan previsible soy, o es que esta tía ya me conoce?". La curiosidad y el morbo de la situación podían con cualquier otra sensación en este momento.

Retomó el camino de luz. La música se mezclaba con el sonido del burbujeo relajante del jacuzzi. "¿Me esperará dentro de la bañera? No lo creo. Será mejor que entre despacio...". Empujó levemente la puerta entreabierta y pudo verla en la otra punta de la estancia, contoneándose al ritmo de un tema muy sensual. Parecía descalza y vestida únicamente con una camisola de gasa negra. A contraluz, y pudiéndola observar más atentamente que la noche anterior, pudo comprobar que la mujer a quien había rechazado esta mañana era poseedora de un cuerpo escultural. Pero no eran sus curvas, perfectamente definidas, el único atractivo. Sus movimientos, entre coquetos y lascivos, habían hecho que se esfumara de su mente cualquier otro plan que no fuera poseer a esa hembra espectacular en ese preciso instante. Echó mano al cinturón de su albornoz dispuesto a pasar a ataque cuando la autoritaria voz de ella lo detuvo: "¡¡Sshh!! El antifaz que hay en la mesita de tu izquierda. Ahora. Ya has disfrutado bastante con la vista".

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Deseo irrefrenable (I)



Se encontraba en el trabajo, pero sólo era su cuerpo el que estaba frente al ordenador. Respondía correos de forma prácticamente automática mientras su mente volaba para deslizarse bajo el camisón de ella.

Vamos... quédate conmigo. Cógete el día de fiesta tú también...


El eco de esos susurros seguía rebotando en su cabeza. Debía decirle que fue un error irse de casa; que lo único que deseaba era hacerla suyo. Tenía su olor impregnado en la ropa después de abrazarla desnuda antes de marchar, el sabor de su lengua recorriendo sus dientes en ese penúltimo beso... y la herida que le causó en el labio tras el mordisco del último. La excesiva responsabilidad le obligó a dejar atrás a su amante; a esa hembra en celo que pretendía a toda costa someterlo a sus deseos. Y él, ahora arrepentido, imagina cada rincón de su piel bajo la mirada penetrante de ella. Esos ojos dulces que una vez encendidos se tornan insaciables y felinos.

Y de repente se sorprendió escribiendo y describiendo toda esa lujuria en la pantalla, y por un instante quiso despejar el escritorio para ponerla a ella sobre la mesa. Podía verla medio desnuda, casi inmóvil, con una sonrisa pícara en sus labios y un inconfundible gesto que le hablaba sin palabras. “¿Y qué más? Vamos... no te quedes ahí parado. ¿O es que sólo fue un arrebato y me piensas dejar aquí?”.

Su pecho retenía un aire abrasador a la vez que jadeaba en su mente. Sus ojos, anclados en la pantalla y atrapados en los labios hambrientos y en la mirada ardiente de ella. Sus dedos, moviéndose al ritmo de su cadera y los gemidos de ambos. Calcinaba el arrepentimiento fantaseando con una tórrida mañana a su lado. En la cama. O en la cocina. O en la ducha.... Tecleaba sin cesar para evitar pensar. No podía permitirse ni un segundo de razón que parara de repente esta locura. Escribía y escribía, en ocasiones sin sentido, para evitar gritar. Para sustituir esa ardiente necesidad de poseerla con sus manos, de recorrerla con sus dedos, de arañarla, de morderla, de...

Llevado en volandas por la pasión relató una historia ardiente para que ella la encontrara al abrir su correo. No quiso releerla. Ya había arriesgado demasiado utilizando el ordenador de la empresa escondiendo el texto y su calentura, que no pasó desapercibida a una de sus compañeras. Escribió la dirección de ella y lo envió sin pensar si hacía bien, aturdido por lo ocurrido.

Y todavía le quedaban unas horas para llegar a casa...