domingo, 18 de octubre de 2009

Tu aliento


Y tu aliento me poseyó. Sólo con un beso entraste en mi cuerpo y te mezclaste en mi sangre. Desde ese momento perdí en control. Mis labios se desvivían por saborear los tuyos y mi lengua comenzó a luchar con la tuya. No había razón. La mente teñida de blanco, o quizá de un rojo apasionado no podía dominar un cuerpo que sólo obedecía las órdenes de las entrañas.

Ya la boca invadía tu cuello a dentelladas cohibidas por miedo a lastimarte. Cuatro manos torpes, aceleradas, ansiosas desnudaban nuestros cuerpos a toda prisa. Calor. Necesitaba tu calor por toda mi piel y no tardé en tenerlo. Mi vientre en contacto con tuyo, tus senos contra mi pecho y el centro de mi deseo rozando tu entrepierna. Y volví a alimentarme de tu aliento que me pedía incendiar todo mi cuerpo.

Y me dejé hacer. Me abandoné a tu deseo para ser lienzo de tu arte. Disfruté de los trazos primeros de tus dedos sobre mi pecho, de cómo repasaste los contornos con tus labios en mi vientre, de la plenitud del paradisiaco paisaje reflejado en tu mirada, de la explosión de colores al poseer mi sexo en tu boca. Y todo ello acompañado de la música de nuestros gemidos y de mis caricias en tu pelo, en tus brazos, en tus manos. Manos que se entrelazaron con las mías al elevarme y hacerme volar más allá de la realidad.

Y luego, más aliento. Más de ese alimento de tu boca del que nunca hay suficiente. El que me ha convertido en un ser insaciable

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