lunes, 1 de febrero de 2010

La vecina (III) El encuentro



Relato compartido por ambos vecinos

La nota temblaba en mi mano, pero no era frío lo que sentía. Tenía tu mirada lasciva clavada en el cerebro y mi cuerpo entero temblaba de deseo y expectación. Conteniendo los nervios que pese al deseo la situación me provocaba, crucé con paso firme y decidido la calle armada del bote de crema y las fresas que había comprado en el súper.

Quería dejar pocas cosas al azar o, por lo menos, pocas a tu improvisación. La iniciativa fue mía y debía mostrarme como un buen anfitrión haciéndote sentir cómoda para no sentirte en un sitio extraño. Decidí sembrar de velas el comedor y ambientarlo con algo de música sensual. No podía evitarlo. A cada detalle que añadía a la estancia mi vientre se tensaba un poco más. Nervios, agitación, deseo ...

Al pulsar el telefonillo del 5ºC la puerta se abrió sin siquiera una palabra. El viaje en el ascensor se me antojó eterno, aunque no lo suficiente para calmar los latidos agitados de mi corazón. La puerta estaba entreabierta, la música suave se colaba hasta el rellano invitándome a entrar a un ambiente cálido y acogedor iluminado exclusivamente por velas dispuestas por diferentes muebles de la estancia. Al frente, detrás de un enorme y confortable sofá, el ventanal desde el que se veía mi propia sala sin ninguna necesidad de esforzar la vista. Una oleada de calor subió por mi vientre al recordar ese día que te vi mirándome. Turbada por el recuerdo, giré la cabeza buscándote pero lo único que vi fue una mesa. Era prácticamente la hora de cenar y sin embargo la mesa permanecía libre, limpia de ornamentos, desnuda...


Parte de esa sensación desapareció al oír el zumbido del telefonillo. Una explosión atronadora partió los nervios y ahora el fuego me dominaba. Un incendio provocado, con una trayectoria bien marcada. Ese mismo fue el que me empujó a subir un poco más el volumen para que la música te guiara hasta mí, hasta la puerta entreabierta para que llegaras directa a mi mirador privado, desde donde tantas veces te he observado, espiado, deseado ... Entraste, y yo te esperé escondido tras la puerta que da a la cocina. Te vi cambiar la cara al darte cuenta que mi ventana tenía una vista privilegiada de la tuya y eso avivó mi llama. Y sólo cuando te giraste buscándome en la mesa desnuda del comedor me acerqué a ti. Con pasos cautelosos. Y a cada uno de ellos, un latido de mi sexo pugnando por escapar del pantalón.

En ese momento sentí tu presencia detrás mio, giré lentamente para quedar paralizada frente a tu mirada penetrante. Nunca me había sentido tan…mojada. Tus labios estaban húmedos y tuve que resistir el impulso de abalanzarme sobre ellos para saborearlos, morderlos, apretarlos entre mis dientes, hundir mi cara en tu cuello y atrapar con mis manos tu espalda fuerte y poderosa. Parecías adivinar mis deseos y sin dejar de mirarme rodeaste mi cintura para acercarme a ti.

Me sentiste tras de ti. Nada más llegar a tu altura diste media vuelta. Tus ojos ... vi tu hambre de mí reflejada en ellos y de repente me sentí desnudo al pensar que tu pudieras sentir lo mismo. Mi mente en blanco bloqueaba mi cuerpo deseoso de poseerte salvajemente. En ese momento mis manos solo acertaron a rodear tu cintura por encima del jersey para acercarte a mí, como si fueran nuestros sexos esos polos opuestos que se atraen con fuerza.

Cuando tu mano se deslizó por debajo del jersey erizando mi piel desnuda, me acercaste más a ti hasta notar tu miembro duro y la humedad bajando por mis piernas. En apenas segundos y sin dejar de besarme y acariciarme me quitaste la poca ropa que llevaba. En ese momento me di cuenta que a nuestros pies también se encontraba tu camisa y que mis manos de cuya vida propia no me había percatado ya bajaban la cremallera de tu pantalón.

Sin dejar de acariciar tu espalda comenzamos a besarnos. La humedad de esos besos lentos y carnosos me dieron la confianza suficiente para descubrir tu piel bajo la ropa. Tus manos, también ávidas de mi piel comenzaron a dar cuenta de mi camisa y mis brazos, ya con mi mente vencida, te atrajeron aún más para que sintieras como era de grande mi deseo. Y lo notaste. Un leve gemido, un mordisco en mi labio y una rendición a mi cuello fueron las señales inequívocas. Una rendición engañosa, puesto que tus manos estaban decididas a liberar mi miembro de su prisión. Sentir como me rozabas provocó que me abalanzara sobre tus pechos ya desnudos ... pero mi mente volvió a retomar el plan original.

Tus boca abandonó momentáneamente mi pecho y con una sonrisa pícara me señalaste la mesa mientras me hacías retroceder hasta ella, no sin antes coger el bote de nata que yo había dejado allí.

Te pedí en silencio que te estiraras sobre la mesa y me adueñé del bote de nata y las fresas. Eran exactamente las que quería: grandes y jugosas. Mordí una de ellas, justo sobre tus labios y dejé que su zumo llegara a los tuyos. Mi lengua recorría tu boca limpiando cualquier resto de fresa mientras mi miembro rozaba suavemente entre tus piernas. "No te las comas todas", te dije. Y después de dejar la bolsa de deseo rojo a tu lado dejé algo de nata en tu boca, recorrí tu cuerpo con la punta del bote hasta llegar a tus pezones donde dos gotas más desaparecieron rápidamente al contacto con mi lengua. Y de allí, un camino descendiente y sin paradas hasta el límite de tus piernas, abiertas, que esperaban ansiosas mi llegada.

La mesa fria y dura bajo mi espalda desnuda era el paraíso. Me incitabas a saborear las jugosas fresas de tu boca, aunque yo esperaba saborearte a ti. Tu miembro rozando mi entrepierna me volvía loca, pero no me dabas tregua. Ya recorrías mi cuerpo con un reguero de nata que tu lengua iba dando cuenta concienzudamente. No pude evitar apagar mis gemidos cuando llegaste a mi vientre. La nata se derretía al contacto con el fuego que salía de mis entrañas. Un fuego que tu lengua aviva más y más.

Tus gemidos atizaban mi deseo a seguir galopando hasta ti. Tus ingles resultaron ser la parada antes de llegar al abismo de tu ardiente deseo, donde irremediablemente quería arder. Mi lengua llegó primero, saboreando el rastro de tu excitación. Luego mis labios besando los tuyos. Lamiendo cada pliegue, cada rincón de la perdición que escondes entre tus piernas. Mis manos, ya entregadas, creaban círculos ardientes sobre tu vientre mientras mi boca se entregaba a darte todo el placer imaginable sintiendo, bebiendo y mordisqueando cada gozo de tu cuerpo.

Cierro los ojos, me concentro en las sensaciones que tu lengua, tus dedos, tu piel provoca en mi. Me llevas al límite, a la locura, al éxtasis a punto de explotar en un primer orgasmo en tu boca. Con la respiración entrecortada levanto tu cabeza de mi entrepierna y te obligo a mirarme. Tu mirada estalla de deseo y sin palabras me dices que esto acaba de empezar.

Me siento inundado, embriagado del placer que emana de tu cuerpo y de tus ojos. Me dicen que sí, pero que no es suficiente. Que estás rendida a mis pies, pero que seguirás batallando. Que ahora serás tú quien me abrase.

Ahora soy yo quien con una mirada muda te invita a la mesa. Mis dedos recorren tu pecho perfilando sus formas, sintiendo con las yemas tu piel ardiente y excitada. De un movimiento ágil me pongo a horcajadas sobre ti y mi boca ataca ferozmente tu boca mientras mis manos atrapan a las tuyas en un vano intento de someterte a mis deseos.

El morbo y la excitación me pueden. Mis entrañas me piden zafarme de la atadura de tus manos pero el verte hacer, el observarte ... aumentan mis ganas de ti. Mi sexo palpita y te pide que lo tomes. Mi piel desea ser apagada por tus labios, por tu lengua ... Mi cuerpo entero está hambriento de tu piel, y sediento de tus besos.

Mi boca desciende de la tuya hasta tu cuello pero solo se detiene allí unos segundos para seguir un camino descendente hacia un fuego que me llama hipnotizada. Hambrienta de ti abro tus piernas y prácticamente devoro tu entrepierna con los dientes, con la boca, con la lengua. Lanzas un gemido y en ese instante tu pene se pierde en mi boca mientras mis manos se aferran a tus piernas como un náufrago a su tabla.

Tus labios rodeando mi deseo tan duro ... pierdo el sentido al verlo. Desaparezco del mundo cuando succionas, cuando tu lengua explora mi glande en busca de nuevos gemidos. Suspiro cuando me muerdes, cuando me rodeas con tu mano y aprietas bien fuerte. Esa mano que se turna con tu boca para darme tan intenso placer, y que cuando me masturba permite que tus ojos inyecten aún más fuego en los míos. Unos ojos que, cuando bajan la mirada, me advierten que volverás a apresarme entre tus labios.

Tu sabor me vuelve loca, mi boca se afana saboreándote intensamente y el desbocado delirio nos lleva a ambos a una locura compartida, intensa. No puedes más. No puedo más y me aparto de tu sexo para sentarme sobre ti y cabalgarte, libre ya de todo prejuicio y ataduras, entregada al placer desatado de gemidos que no callan hasta sentir que te derramas en mí y juntos acabamos licuándonos en un fuego intenso.

Un placer infinito después de haber destrozado tabúes y eliminado barreras. El estallido de un intensísimo orgasmo a pesar del desconocimiento mutuo. Te tuve sobre mí, con tu cadera siguiendo el ritmo de mis jadeos, con tus uñas clavadas en mi pecho queriendo arrancarme el alma, con mi mirada perdida en los ojos que busqué siempre tras los cristales de mi ventana .... y que hoy me vacían por completo.